Ya en esta entrada mencionamos cómo H. Kroto y colaboradores fueron galardonados con el Nobel de Química en 1996 por el descubrimiento unos diez años antes de las curiosas moléculas llamadas fullerenos, y que no son otra cosa que moléculas cerradas compuestas únicamente de átomos de C, por tanto de fórmula Cn. Es decir, se trata de una llamativa forma alotrópica más de entre las que presenta dicho elemento, compitiendo con el grafito y el diamante, así como los grafenos y nanotubos (que ya distinguimos en la misma entrada antes mencionada), y que vienen a demostrar todas ellas la enorme versatilidad de los átomos de C a la hora de unirse entre sí.
Uno de los primeros fullerenos encontrados, y que sirve de motivo pricipal al título que encabeza este comentario, es el C60, que se puede ver en la primera imagen de la izquierda, y que se conoce también como bucky-ball o buckminsterfullereno. Y es que responde a la forma exacta de un balón de fútbol, un icosaedro truncado, que resulta de la combinación de 12 pentágonos y 20 hexágonos regulares. Todo ello a escala atómica, nanoescala, conseguido con 60 átomos de C unidos entre sí con hibridación sp2, y que vendría a ser como un nanobalón carbonado en sus vértices a escala 100 millones de veces menor con respecto al tamaño real de un balón de fútbol. Equiparable, por el otro extremo, a la relación de tamaños que habría entre el propio balón de fútbol y la Tierra entera.
Lo de bucky-ball o buckminsterfullereno le viene en honor al arquitecto R. Buckminster Fuller, promotor y estudioso de la cúpula geodésica en arquitectura, y que plasmó en numerosos edificios para acercarse a su ideal de eficiencia energética y sostenibilidad en el desarrollo futuro de la humanidad. Una de sus más famosas obras es la que ilustra la segunda foto superior, y que se trata del pabellón USA de la Exposición Universal de 1967 en Montreal.
En cuanto a sus posibles aplicaciones, las de los fullerenos me refiero, ahí entraríamos en el incipiente mundo de la nanotecnología, donde ya cuentan con patentes relacionadas con la llamada electrónica molecular y otras en biomedicina, donde podrían servir como transportadores de fármacos allí donde hagan falta en el organismo, o incluso biosensores como el átomo de gadolinio que cabría perfectamente en su hueco interior y que por sus propiedades magnéticas aumenta la señal de Resonancia Magnética Nuclear para la detección de células cancerosas.
El siguiente vídeo del programa Teknopolis de la ETB nos aclara bastante, y de forma sencilla, lo que acabamos de mencionar sobre estas posibles aplicaciones.